sábado, 21 de marzo de 2009

Desgranando la locura


Un día Sally comenzó a hablar en un lenguaje lejano, de origen remoto y futuro incierto. Las palabras se hilvanaban sin ningún orden, como una orquesta de simios circenses. Frases inconexas, del color de la serpiente. Oscuras, brillantes y escamadas.
Ese día Michael Greenberg supo que su hija Sally había perdido la razón. Se había marchado a cientos de años luz, a un lugar inalcanzable. "Me siento como si estuviera viajando sin parar, sin ningún sitio al que volver", resumía la chiquilla su estado en un raro momento de contacto terrenal.
Así que Greenberg emprendió un viaje sin retorno hacía la sinrazón de su hija, hacía el lugar oscuro en el que ella había organizado su reino. No para rescatarla -sabe que eso es poco menos que imposible- pero sí para intentar comprenderla.
Adquirí el libro gracias al
magnífico artículo de Rosa Montero en el Babelia del 28/02/09. Lo encontré de casualidad mientras desayunaba un sábado por la mañana en un bar de la capital.
Por supuesto que me sedujo el tema central -la locura-. Pero sobre todo lo hizo la manera en qué Greenberg se desnudaba, abría su corazón atónito a los demás. Valiente, desbordante de amor. Este columnista del Times Literary Supplement de repente se dio de bruces con la locura. En un momento al inicio de la novela, se asombra de la recién adquirida imagen externa de su hija. "Asimilo el impacto de verla a través de la fría mirada del hombre. Una paria. Se me cae el alma a los pies".
Ver la vida desde el otro lado, el de los desheredados, los excluidos, los dalit de Occidente. Por encima de todo eso, entablar un diálogo de amor constante hacia lo impenetrable. He aquí la grandeza de Greenberg.

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