lunes, 22 de noviembre de 2010

Hábitos que cambian

Odio decir esto, pero los hábitos de consumo cambian para todos (menos para mi madre)
Aparatoso discman en el bolso + guardacedés de doraimon, ahora escucho todo en streaming.
Ardiente apologeta de los libros, ahora tengo un kindle. Y tan campante.
Y ahora... ahora me doy cuenta que si mi libretilla-no-la-llamaré-diario coge polvo en los estantes no le puedo echar toda la culpa a la pereza. Es que me siento algo perdida si mi interfaz no está compuesta por teclas y símbolos. El horror vacui es mucho más atroz cuando se trata de una hoja de papel que cuando es un doc word. Tras ocho horas sentada delante de un pc, algo tenía que influir, digo yo. Qué maravilla cortar, pegar, sustituir, componer frases sueltas y luego ensamblarlas, alterar el orden de letras, todo sin emborronar, sin alterar el fluir de los pensamientos.
Que creo que voy a empezar a escribir aquí más a menudo, vaya

viernes, 11 de junio de 2010

Isadora y yo


Se ponía muy seria cuando me lo decía. "No te pongas nunca un fular en el cuello cuando subas a un descapotable". No me lo dijo ni una ni dos, sino varias veces, siendo yo una niña. "Puedes morir estrangulada, como le pasó a la pobre Isadora Duncan". Ni que fuera a subir mucho en descapotable, pensaba yo. Además ¿quién demonios era Isadora Duncan?

Pues hoy me he vuelto a encontrar con madame Duncan. No la he reconocido al principio, ¿como lo iba a hacer?, pero me resultaba familiar. Su mirada dulce, envuelta toda ella de misterio y de seda. He ido directa a la wikipedia ¡Ajá! Ahí estaba su trágica muerte, en la segunda línea. La gente da prioridad a los elementos escabrosos. Yo también.

Una conocida suya, la artista Gertrude Stein, hizo un malicioso comentario que le va al pelo "La afectuosidad es peligrosa". Te subes a un maravilloso descapotable, al lado de un maromo sensacional, te visualizas tan bella, con tu fular al viento y de repente la jugada se sale mal, la gasita se te enreda en las ruedas del coche y fin de la historia. (Así me la imaginaba yo y así fue)

Y la cosa es que Isadora Duncan y yo coincidimos una vez. Sí, una tarde de noviembre, entre la piedra y el musgo. Con un frío del carallo. En el cementerio de Pere-Lachaise. Solo que esta vez no nos reconocimos.