viernes, 11 de junio de 2010

Isadora y yo


Se ponía muy seria cuando me lo decía. "No te pongas nunca un fular en el cuello cuando subas a un descapotable". No me lo dijo ni una ni dos, sino varias veces, siendo yo una niña. "Puedes morir estrangulada, como le pasó a la pobre Isadora Duncan". Ni que fuera a subir mucho en descapotable, pensaba yo. Además ¿quién demonios era Isadora Duncan?

Pues hoy me he vuelto a encontrar con madame Duncan. No la he reconocido al principio, ¿como lo iba a hacer?, pero me resultaba familiar. Su mirada dulce, envuelta toda ella de misterio y de seda. He ido directa a la wikipedia ¡Ajá! Ahí estaba su trágica muerte, en la segunda línea. La gente da prioridad a los elementos escabrosos. Yo también.

Una conocida suya, la artista Gertrude Stein, hizo un malicioso comentario que le va al pelo "La afectuosidad es peligrosa". Te subes a un maravilloso descapotable, al lado de un maromo sensacional, te visualizas tan bella, con tu fular al viento y de repente la jugada se sale mal, la gasita se te enreda en las ruedas del coche y fin de la historia. (Así me la imaginaba yo y así fue)

Y la cosa es que Isadora Duncan y yo coincidimos una vez. Sí, una tarde de noviembre, entre la piedra y el musgo. Con un frío del carallo. En el cementerio de Pere-Lachaise. Solo que esta vez no nos reconocimos.