sábado, 7 de marzo de 2009

Comerse el corazón

Para el pueblo egipcio, como para tantas otras culturas, el corazón ha ocupado un lugar central en sus mitos y leyendas, en la manera de entender el mundo que les rodeaba.
Toda una gran parafernalia mágico-religiosa giraba en torno a esta pequeña víscera, que se cuidaba con mucho mimo después de que hubiera dejado de latir. Era primordial que el corazón se mantuviera intacto, incorrupto dentro de la momia con el fin de que pudiera testificar a favor del finado el día del Juicio Final.
Así pues, cuando la persona moría, se le extraían todas las vísceras que para a continuación ser introducidas en unas tinajas llamadas vasos canopos. El cerebro carecía de todo interés para los habitantes del Nilo. Ayudándose de unas varillas metálicas acabadas en garfio que le metían al difunto por la nariz, lograban sacar toda la masa encefálica. El corazón era la única víscera que, una vez embalsamada, retornaba al cuerpo.
Una vez preparado para resistir unos cuantos milenios, al corazón solo le quedaba ser bien duro y frío. Por extraño que nos pueda parecer, un corazón duro como la piedra no era sinónimo de perversidad, sino de templanza y autocontrol. El corazón físico, de carne y hueso, era demasiado débil y vulnerable, cargado de vicios y penas. Se hacía imprescindible un corazón firme que resista la balanza de Maat, la diosa de la justicia y que pueda apoyar al difunto en su amargo paso hacia el más allá.

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